miércoles, 29 de julio de 2009

Por la tarde, 4:15 horas

El sol en el mirador; un aligera brisa corre por el blanco jazmín. ¿Lo ves? Ahora ha empezado otra vez un nuevo día para mí. ¿Cuántas veces van desde hoy por la mañana? Me quedo todavía diez minutos con el jazmín, luego me iré en la bicicleta que tenemos permitida a casa de mi amigo, que lleva seis meses en mi vida. Aunque me da la sensación de que lo conozco ya desde hace mil años, a veces de pronto me parece tan nuevo que de la sorpresa me quedo sin respiración. Ah sí, ese jazmín. Cómo es posible, Dios mío, que se encuentre ahí en medio de la pared despintada de los vecinos de atrás y del garaje. Aparece en medio de la oscuridad grisácea y fangosa, intacto y resplandeciente. No entiendo nada del jazmín. Tampoco es necesario entenderlo. Incluso en este siglo XX se puede todavía creer en milagros. Y yo creo en Dios, también cuando dentro de poco en Polonia me hayan devorado los piojos.



Juliana de Norwich

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